Tantas noches caminaste por la arena de mi espalda
que no hubo mar que borrara tus pisadas.
Me llenaste la frente de surcos posando tu mirada aguda en mis ojos,
y los teñiste con el gris de tu tristeza.
Los lunares de mi piel son los vestigios del tiento de tus dedos,
y de las heridas que abriste ya sólo quedan cicatrices que lo atestiguan.
Y está bien, porque el tiempo que se jacta de su poder curativo,
también sabe que hay huellas que son indelebles.
No hay comentarios:
Publicar un comentario