lunes, 13 de diciembre de 2010

El alcázar


En lo alto de una colina, entre la maleza,
se divisa mi alcázar.
Construida con sólidas rocas, cultura y arte,
se erige mi fortaleza.
Con entereza, afectos e ilusión,
resiste mi baluarte.
De nada sirve, el viento de la soledad ha penetrado.
Aulla en mi interior.

jueves, 9 de diciembre de 2010

Puro teatro


La Vida tiene que ser una teatrera, no puede ser de otra manera. Estoy convencida de que se lo pasa en grande con sus marionetas: ahora pongo esto en tu camino, ahora te lo quito, ahora te dirijo a un lado, ahora al otro, baila un poco... Ahora te dejo ser feliz un rato para que así el golpe de efecto sea mayor cuando llegue la desgracia. No lo digo por decir, a la Vida le gustan los melodramas, fijo. Tengan por seguro que sino nos dejaría dormir, follar y comer sin molestar.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Un día cualquiera


Siete de la mañana: sonó el despertador. Alargó los brazos hasta tocar el lado de la cama que permanecía frío y el resto de su cuerpo los fue siguiendo. El contraste frío-calor era la única manera de activar sus sentidos, de desentumecer sus miembros. Permaneció en esa postura unos instantes, acariciándose, dándose ánimos para incorporarse. Una vez lo consiguió, el resto vino solo, como siempre: ducha, ropa sobre la piel todavía húmeda y café. Se acercó a la ventana y miró a través de ella: hacía bueno y se sentía bien.
Así que giró la manija de la ventana, la abrió de par en par y se precipitó al vacío.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

El sentido de la vida o hedonismo

La vida es un valle de lágrimas y, sin embargo, sólo unos pocos prescinden voluntariamente de ella. La mayoría esperaremos al final. ¿Por qué? Quizá porque nos vamos encontrando con placeres: pequeños, intensos, prohibidos. Gozar. Darle una tregua a la razón y complacer a los sentidos. Vivir por y para sentir ese bienestar que puede adoptar infinitas formas...
Y el que escribe quisiera abandonarse a sus placeres, físicos o intelectuales, dedicarse en exclusiva a ellos pero dos cosas se lo impiden: el dolor ajeno que pueden provocar sus acciones y el miedo al vacío de después. ¿Y si no hay un después?