lunes, 28 de enero de 2013

Instinto animal

"Tú lo que quieres es que me coma el tigre...". Canturrea. La canción de La Faraona lleva instalada en su cabeza desde hace días. "Que me coma el tigre, que me coma el tigre...". Canturrea. Se quita las medias. "Mi carne morenaaaaa..." Canturrea. Se quita la camiseta. "Tú lo que quieres..." Canturrea. Se queda en ropa interior. "Y entonces..." Canturrea. Se mete en la cama. Fría y muy vacía. "Yo lo que quiero es que me coma el tigre..."

lunes, 21 de enero de 2013

Fantasmas



Estoy en las Ramblas a eso de las seis de la tarde, en dirección al mar, y entre todas las caras que se cruzan distingo la suya. Es curioso que en todos  estos años nunca antes me la haya encontrado, incluso empezaba a dudar que fuera real, pero ha sido fácil reconocerla. En movimiento, sus facciones no resultan muy distintas de las fotos que había visto en casa de Luis. Es una cara que podría dibujar de memoria. Siempre que iba a su casa y mi mirada se cruzaba con alguna foto de ellos en el salón, en el pasillo, en el dormitorio, rápidamente giraba la cabeza pero volvía a mirar de refilón. El mismo gesto instintivo que cuando vas sentada en el metro, levantas la vista y te encuentras con el paquete de un tío: te ruborizas, disimulas, pero la curiosidad te puede y vuelves a mirar.
El caso es que disminuyo el paso, convencida de que camina hacia mí, segura de sí misma –o al menos así la he visto yo–, y según se acercaba me ha parecido que abría la boca para decirme algo. Error. Ha pasado por mi lado sin inmutarse. No me conoce, no sospecha que existo. Supongo que a eso le llaman “ironías de la vida”. Luego ya no he pensado más, me he girado y me he puesto a seguirla. No me juzgues, sólo quería ver que es lo que la hacía tan especial, que tiene que yo no tenga. Cuando pudo no hacerlo, Luis la eligió a ella.
Es más flaca de lo que imaginaba. La he visto comprar naranjas en la frutería, elegir sujetadores en la tienda de lencería, rebuscar en su  bolso para coger el móvil. He oído su voz, su risa mientras hablaba con alguien. Me ha jodido que fuera tan humana.
Cuando he querido darme cuenta eran las diez. Me he olvidado de mí, de que tenía cosas que hacer y de una manera casi mecánica he llegado a casa. Me he quitado el abrigo, he dejado las llaves encima del mueble del recibidor –haciéndolas chocar con la madera, para que hagan ruido como a mí me gusta–  y me veo escribiéndote para contarte que hoy he visto un fantasma de carne y hueso.

lunes, 7 de enero de 2013

A Nuréyev


Madrid, 30 de diciembre de 2012.

Cher Charles,

El año toca a su fin —yo ya lo daba por terminado— y me ocurrió lo inesperado. Deja que te cuente.
Ya sabes que padezco de insomnio pero que nada tiene que ver con mi conciencia y pensando en que el aire de la noche me haría bien, me calcé las botas de siete leguas y me eché a la calle. No me gusta andar por ahí a altas horas de la madrugada, los peligros de la noche acechan en cualquier esquina —bien lo sé—pero a veces conviene hacer caso a los instintos. Tienes que saber que en la ciudad de los gatos no se duerme, así que no es ningún agravio entrar en un garito a destiempo y eso es lo que hice. Doblé la esquina, abrí la primera puerta y estaba dentro de lo que parecía el cuarto oscuro de un estudio fotográfico. Entre luces rojas, música y etanol, se me aparece majestuoso el gran Nuréyev: grand jeté, arabesque, pliés. Toda una exhibición de precisión y elegancia. Creerás que me lo invento pero es exactamente lo que ocurrió.

Y sin más que añadir, se despide afectuosamente tu amiga,

Anna Karina