martes, 19 de marzo de 2013

Matrimonio


-Ya tengo los resultados de las pruebas. Tengo cáncer.
-¿Te estás muriendo?
-Como tú. Sólo que a mí me han dado fecha.
-No sé cómo puedes hablar así.
-¿Hablar cómo?
-Con esa frialdad, como si no fuera algo serio.
-Oye, que el que se muere soy yo. ¿Eso también te molesta?
-Por favor…
-Sí, seguro que te jode. Esto no lo puedes controlar. Aquí no eres tú la protagonista.
-¿Es eso lo que piensas de mí?
-Sí, me muero y te quedarás sola. Y ya no podrás pensar en lo que hago mal, en cómo te   hago sentir. En lo desgraciada que eres a mi lado. La culpa de todo lo que te pase será tuya y sólo tuya.
-¿Y cuánto ha dicho el médico que te queda?

martes, 12 de marzo de 2013

El día de Salinas

EL DÍA DE SALINAS

Raquel acababa de salir de la ducha. El calor del asfalto en pleno verano había hecho del paseo hasta el piso una experiencia asfixiante. Ahora se encontraba frente al espejo que tantas veces le había devuelto el reflejo y observaba cómo le colgaba la toalla de las caderas. Le gustaban sus huesos  que sobresalían, femeninos y redondos, también los de la clavícula. El resto siempre le sobraba. De hecho, le impresionaban los que sabían pasearse desnudos sin pudor ni especial orgullo de su cuerpo.
Mientras hurgaba en los cajones en busca de un cepillo de pelo encontró un pintalabios. Era de color ciruela intenso y se repasó los labios con destreza para ver cómo le sentaba. No había usado ese color antes. Se peinó con el pelo hacia atrás, despejando la cara y el cuello, y colocó dos gotas de perfume en las muñecas frotándolas entre ellas.
Desnuda, sentada en la cama, rebuscó en los cajones de la cómoda de pino hasta dar con un conjunto de sujetador y bragas de algodón blanco y puntillas de encaje. Se ajustó las prendas elásticas y comprobó cómo destacaban sobre la piel bronceada y brillante, a base de sal marina y cremas hidratantes. No había quien se lo dijera y se sentía atractiva.

Se dirigió a la cocina. El calor había aflojado y la luz del atardecer se colaba por los ventanales de la terraza. Abrió la nevera y se sirvió vino blanco en un vaso de cristal. Armada con el vino y un cigarro en la boca, Raquel volvió al salón y empezó a repasar las estanterías domésticas. Reconoció libros de amor y de sombras que había leído en su adolescencia y a los que no volvería pues esas historias ya no la necesitaban. Siguió saltando con la vista de una estantería a otra. Dio con Germinal de Zola, de lectura obligatoria en el instituto y esbozó una sonrisa. Rememoró aquella etapa en la que el reconocimiento por sus aptitudes académicas le venía sin esfuerzo. Quizá no fue bueno para ella que no tuviera que aplicarse en los estudios. El vino que iba bebiendo ininterrumpidamente a sorbitos cortos hacía su efecto y sus músculos se iban relajando y su cabeza desembotando. Recordaba haber leído algunos títulos más, no estaba lejos la niña que creía que hacerse adulta era comulgar con la brutalidad de Hemingway o la suciedad de  Bukowski –sorprende cómo nuestros libros hablan de nosotros y  sin embargo, un mismo libro puede estar en varios hogares a la vez–, otros no estaba segura de haberlos ni tan siquiera hojeado. Se topó con un par de fotografías. No hacía mucho que esas  instantáneas habían sido tomadas; al menos, los protagonistas no parecían haber envejecido. Las imágenes reales se entremezclaban con los recuerdos de Raquel. Los mismos protagonistas –un hombre y una mujer que parecen felices– y diferentes escenarios. Los recuerdos son construcciones de la mente, pensó. No son objetivos, los manipulamos a nuestro antojo. Las fotografías sí son objetivas, son más ciertas que lo que yo he vivido, que lo que yo he sentido. Había vivido una realidad que huía de los convencionalismos, aquella de la que nadie habla y nadie quiere oír hablar. Y ahora dudaba de su verdad que al lado de las imágenes se tambaleaba.
Era noche cerrada cuando Raquel se metió en la cama. Las sábanas estaban frías y las oyó crujir entre sus piernas. Estalló en llanto. Con la cara apretada contra la almohada, lloraba como si hubiera acumulado las lágrimas desde que nació. Estuvo sollozando y gimiendo hasta que el cansancio la venció y se quedó dormida.
Se despertó sin el sobresalto del despertador, como si el día que empezaba a clarear la hubiera llamado. “Despierta, el día te llama.”, podría haber oído. Se levantó de la cama que hizo con sumo cuidado y se puso la ropa encima de la lencería blanca. En el salón, recogió el vaso y los restos de tabaco. Abrió la puerta del recibidor y antes de salir echó un último vistazo al piso. Los rayos de sol lo iluminaban y todo parecía más limpio.
Al llegar a la oficina nadie la esperaba –a esas alturas del verano quedaban cuatro gatos. Encendió su ordenador y mientras arrancaba la máquina se dirigió al despacho de Luis sin mucho disimulo. Se sacó las llaves del bolsillo y las dejó en el mismo cajón donde sabía que las encontraría la tarde anterior. Acarició la tapicería de la silla giratoria azul y cerró la puerta. Ese sería su último día en la oficina y el último que entraba en el despacho de Luis. Ahora le tocaba a ella tener un hogar al que volver, tener fotografías que fueran testigo de sus recuerdos que ya se ocuparía de reconstruir.

lunes, 4 de marzo de 2013

La urgencia

"Urgencia, necesidad, apremio, atropello. 
Acción y remordimiento. Deseo y negación. 
Vivir para contarlo. Contarlo para vivirlo."