miércoles, 10 de febrero de 2010

Instinto asesino

Al abandonarme la adolescencia se llevó consigo mis accesos de cólera y mis rabietas infantiles; el cuerpo ya no estaba para picos hormonales.
Me quedé sumida en un letargo de afabilidad y de autocontrol, pero lo cierto es que duró muy poco, porque, siendo honestos, eso de reprimirse es un coñazo. Y empecé a estar muy a favor de dejar asomar la cabeza, en contadas ocasiones, a la bestia que llevo dentro: algún portazo que otro, insultos lanzados al aire, las consabidas pataletas, etc. Todo muy pueril. Pero en esto sí maduré y he desarrollado tanto el arte de cabrearme que ya ni se me nota, lo he interiorizado, y resulta incluso más liberador que cualquier amago de violencia física o verbal. Ahora, simplemente visualizo el objeto de mi enfado y lo estrangulo, poco a poco, hasta dejarlo sin aliento. ¡Ay, el poder de la mente!
Y no miento si digo, aunque les parezca políticamente incorrecto, que por lo menos una vez a la semana me cargo a alguien y disfruto con ello.

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