miércoles, 30 de junio de 2010

Juventud divino tesoro

No fue hasta que ocurrió lo que ocurrió cuando se dio cuenta de lo que le estaba sucediendo y entonces esos detalles que había pasado por alto cobraron sentido: las hebras de pelo que se quedaban en los colchones ajenos, las primeras arrugas, los dolores en el pecho, la cabeza embotada, la lentitud de pensamiento. Todo eso que atribuía al enamoramiento eran síntomas de una vejez precoz. Sus devaneos le estaban debilitando, era como si cada beso que daba alimentase la juventud de otros, encaminándose precipitadamente hacia la decrepitud.
Llegó a esta conclusión después de una noche en la que, en su vida y en su cama, se cruzó una mujer mucho mayor con los años grabados en la piel. Al despertar, una sensación de paz absoluta le había invadido, y al mirarse en el espejo tenía el rostro liso y luminoso, la frescura le había sido devuelta robándosela al cuerpo que yacía, también en paz, junto a él.

1 comentario:

  1. Difícil es burlar a la Parca; casi imposible, diríamos todos.
    Pero mucho más difícil y duro es asumir el marchitar del Mono. Sólo el enemigo tiempo hace comprender esa dificultad –iendo sin prisas pero sin pausas-
    Parca, cuando llegues llama 2 veces y gozaremos; como el de Correos.

    ResponderEliminar