lunes, 19 de abril de 2010

África


Sentado delante del ordenador, se lleva la mano al cuello en señal de auxilio. Un sudor frío le invade todo el cuerpo, resuella. El tono de su piel se vuelve azulado, al tiempo que su garganta se ocluye. El aire ya no pasa, se está ahogando. Le zumban los oídos, ha dejado de ver, pronto perderá el conocimiento.
Asfixia.
Negro.
Despega los párpados y la sabana aparece ante sus ojos con toda su inmensidad. Bajo un cielo abierto, una pradera verde salpicada de acacias se extiende hasta el horizonte. La palabra infinito cobra sentido.
Y por fin, el aire limpio recorre su cuerpo con libertad, aspira, espira sintiendo como el oxígeno fresco llega a sus sentidos, que se despiertan después de años de letargo, en alerta ante los peligros de la insignificancia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario