viernes, 14 de mayo de 2010

Prima donna

La soprano queda sola en el escenario, se hace un negro silencio y los focos la iluminan, haciendo que aparezcan pequeñas motas de polvo que flotan en el aire como purpurina dorada. Hincha su blanco pecho de tórtola y, tras una caída de ojos, lanza al aire las primeras notas del aria final, quebrando la oscuridad, atravesando la piel de los espectadores.
María se sorprende sintiendo que el canto le conmueve, no es sensible a esta clase de espectáculos y sin embargo tiene los pelos de punta, hay algo en esa diva que le resulta muy familiar. Demasiado familiar. Se fija un poco más y es su cara: son sus ojos los que miran al público, es su boca la que sonríe al oír los aplausos.

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