jueves, 27 de mayo de 2010

El entierro de la sardina

Ha vivido toda su vida entre peces, en un ambiente húmedo, frío y azul. No conoce otra cosa que la oscuridad perenne del fondo marino, los días no existen sólo la noche, no hay principio ni fin. Toda una vida nadando en un medio viscoso y hostil, rodeada de iguales que navegan sin rumbo aparente. ¿Qué sentido tiene su vida? ¿Cuál es su lugar en este mundo? Su vida, incluso su apariencia, es exactamente igual que la del pez de al lado; entonces, ¿qué valor tiene ella como individuo? Ninguno.
Decide separarse del grupo, alejarse del camino, y renegando de sus instintos llega a la costa, luego a la superficie y con ella conoce el sol en todo su esplendor. Y boquiabierta (no deja de ser un pez) se queda observando el paisaje que aparece ante sus ojos. El sol vibrante riela en el mar pintándolo de blancos y ocres. Lo siente cálido y potente sobre su lomo iluminado y nota cómo su sangre empieza a templarse. Invadida por esas nuevas sensaciones nada como hipnotizada hacia la playa, nada la va a detener...
Por eso cuando llega a la orilla, aun a riesgo de morir, se queda inmóvil sobre la arena, los rayos solares resecando sus escamas centelleantes, como un puñal de plata, mientras sus branquias aletean desesperadamente por sobrevivir.

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