jueves, 11 de marzo de 2010

L'orange bleue

Era una de esas tardes en las que el invierno se diluye en los rayos de sol y la primavera empieza a intuirse. Sentada en el jardín, con las plantas de los pies enraizadas en la hierba húmeda y fría, disfrutaba comiéndose una naranja, gajo a gajo. El aire seco y fresco perfumado de azahar le acariciaba la cara. Al morder la fruta, rompiendo las fibras, el néctar se le escapaba de la boca cayéndole entre los dedos las gotas melosas. Una estampa bucólica de lo más vulgar si no fuera por el color azul de su naranja: se estaba comiendo el mundo.

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