La vida es un valle de lágrimas y, sin embargo, sólo unos pocos prescinden voluntariamente de ella. La mayoría esperaremos al final. ¿Por qué? Quizá porque nos vamos encontrando con placeres: pequeños, intensos, prohibidos. Gozar. Darle una tregua a la razón y complacer a los sentidos. Vivir por y para sentir ese bienestar que puede adoptar infinitas formas...
Y el que escribe quisiera abandonarse a sus placeres, físicos o intelectuales, dedicarse en exclusiva a ellos pero dos cosas se lo impiden: el dolor ajeno que pueden provocar sus acciones y el miedo al vacío de después. ¿Y si no hay un después?
Y el que escribe quisiera abandonarse a sus placeres, físicos o intelectuales, dedicarse en exclusiva a ellos pero dos cosas se lo impiden: el dolor ajeno que pueden provocar sus acciones y el miedo al vacío de después. ¿Y si no hay un después?
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