Los inviernos le han hecho fuerte: despojándolo año tras año de sus colores otoñales.
Es duro y robusto como su madera.
Sólo en primavera, cuando se cuaja de flores, asoma su carácter nipón: delicado y elegante.
La soledad del cerezo no es voluntaria: es.
Por eso quise pintarlo, para que se viera, como yo le veía a él, para que supiera que no estaba solo. No me dio tiempo.
Vinieron a partirle el tronco de un hachazo y, con él, su alma.
Me duele.
Sólo un hacha con el mango de madera de otro cerezo podrá partirle el tronco y, con él, su alma.
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