domingo, 12 de septiembre de 2010

Barcelona ciudad

Cuando llegué a esta ciudad la recorrí con los ojos de un niño. Todo tenía un sabor nuevo y estimulante: el sabor irrepetible de las cosas cuando las pruebas por primera vez. Anduve por sus calles, admiré sus edificios, acostumbré a mis ojos a sus sombras y luces, agucé el oído para captar sus silencios y acompasé mis latidos frenéticos a su ritmo relajado.
Más tarde la conocí de la mano de las personas que se cruzaron en mi camino, y así es como esas calles que yo ya conocía adquirían nuevos significados y se cargaban de emociones. Los bares y cafés crecieron como setas, viví la ciudad con lo que precisamente la mantiene con vida: su gente.
Y ahora por fin, la ciudad es mía, mi corazón atrapado entre dos montañas. Somos ella y yo, yo y ella, solas, y así es como me gusta recorrerla y conocerla. Es así como la disfruto, así es como me ha conquistado: acompañándome y sorprendiéndome, cuando más lo necesito, cuando menos lo espero.

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