lunes, 2 de septiembre de 2013

Autorretrato

Esta mañana le sobraba tiempo cuando se ha despertado. Nunca se ha parado a observarse deliberadamente. Hoy era un buen día para hacer una exaltación del "yo". Tendría que ser capaz de reconocer su reflejo pues allí donde confluyen la mujer del espejo y la dueña de los ojos que la están mirando, en ese punto de intersección, existe ella. Ha empezado observando su pelo: un pelo crespo y rebelde que pide a gritos que lo liberen. Con el dedo índice ha seguido la línea de sus cejas, oscuras y bien marcadas, antes de detenerse en los ojos. Los ojos dominados por unas pupilas inquisidoras. Unas pupilas que se clavan en el espejo, que odian y que no perdonan. Y se ha mojado los labios con la lengua y se ha metido los dedos en la boca y los ha mordido para sentirlos, para reconocerlos como suyos. Esas manos le pertenecen. Y después viene el cuello, donde late incesante la vena yugular. No es un buen retrato. Rabia. Con el guante de crin se frota con violencia la cara. Sigue restregándolo con fuerza, para borrarse y volverse a dibujar.

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