lunes, 1 de agosto de 2011

Trenes


Quería escribir, de verdad que sí. Quería hablar de trenes: de los que dejamos escapar y de a los que no deberíamos habernos subido nunca. Quería contar una historia, la de una persona que se sienta en la estación y los ve pasar. No es cobarde, no le importa el destino, le importa el tiempo y no quiere desperdiciarlo porque es irrepetible. Así que no se sube a ninguno, no vaya a descarriar.
Hoy se sube, al primero que pasa: vértigo y náuseas. No sabe bien, nada bien, pero es vida. Así la vida, así es.

4 comentarios:

  1. Claro que, según las circunstancias, uno se sube a uno u otro tren, o, uno es el tren y elige una u otra vía.
    Particularmente y para que mi autoestima no se esfume, me gusta más pensar -que es gratis- en la segunda opción y asumir el papel de locomotora. De ese modo puedo elegir el cambio de vía cuando más me interese.
    Al final, la realidad será la que sea, pero, afortunadamente también sabemos que ésta es de lo más subjetivo que hay.

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  2. Quizás la cuestión radica en que estación se para uno para subir, o no, a los trenes que pasan. Si es una estación secundaria y vetusta, pasan pocos trenes y los que pasan van renqueando. Si es una estación de alta velocidad, todos los trenes que pasan van pasados de vueltas y no te dejan ni tiempo de saborearlos. Lo mejor es una estación importante, de conexión de rutas, con trenes normales de medio o largo recorrido que te ofrecerá caminos interesantes a ritmos pausados. Y con ese tipo de convoyes incluso es posible saltar de un tren a otro en marcha si eres hábil y valiente.

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  3. Ni más ni menos, ahí radica la cuestión, en valorar lo mejor. Usted lo ha dicho.
    Lo de saltar de un tren a otro en marcha ha sido visto en muchas películas y siempre se cae el malo -feo y con pistola-, por tanto imagino que no habría problema en hacerlo. No obstante si tiene una crisma de repuesto llévela encima por aquello de que la excepción confirma la regla.

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