
Qué espanto cuando se miró al espejo. Había pasado años sin hacerlo, obviando su deterioro, demasiado ocupado en sus miserias. Al mirarse con honestidad, asumió su condición: un monstruo, sin lugar a dudas. Si humanidad significaba sensibilidad y compasión hacia nuestros semejantes, de eso quedaba ya muy poco. Vivía y participaba en un mundo que aceptaba y propiciaba el sufrimiento ajeno porque sí, porque así es la vida y así es el ser humano. Sí, eso era así, pero eso no le exculpaba: cruel y egoísta, un monstruo.